How infuriating not to know! All those years at Eton … Why

didn’t they teach me anything sensible?

– Aldous Huxley

Armas de instrucción masiva (2009)  es una serie de reflexiones a veces atormentadas, a veces lucidas, de un hombre que tiempo atrás fue profesor de inglés y decidió dejar de ejercer su profesión al descubrir, dice él, aquellas intenciones ocultas en un sistema educativo enfermizo.  Hablamos  de John Taylor Gatto, quien fue  galardonado por su labor docente en 1989, 1990 y 1991 como mejor profesor de la ciudad de Nueva York.

Dice Gatto que el objetivo de su libro no es crear una diatriba, ni mucho menos una crítica al aire, su objetivo es que los lectores se cuestionen por la escolarización que han llevado durante sus vidas,  así como el costo que han tenido que pagar por llenar un lugar dentro de un salón de clases donde, tal vez, nunca quisieron estar; su objetivo es también provocar que se penetre en todas esas ilusiones que la escolarización se ha encargado de levantar y mantener durante varias décadas, haciendo que nos adecuemos a ellas y las consideremos como normales.

Aunque el libro es bastante agresivo, la verdad es que las primeras páginas resultan un tanto serenas cuando presentan el problema de la desmotivación que afecta a un amplio número de profesores. Más allá de cuestiones salariales y de derechos, el problema de la desmotivación tiene lugar por el hecho de enseñar dentro de grupos repletos de estudiantes ¨groseros¨ e interesados únicamente en las calificaciones. La pregunta a la que más se enfrentan los profesores es: ¨Profe, ¿eso vendrá en el examen?¨. Una frase que termina por matar la voluntad de los profesores que aún no tienen identificada la responsabilidad que tienen sobre sus hombros, y a su vez los lleva a resignarse y aceptar su destino considerando que al final no es tan malo, pues existe un salario con el cual podrán aliviar la carga en el periodo vacacional.

Sin embargo, pregunta Gatto, ¿es en verdad culpa de los estudiantes interesarse únicamente por obtener buenas calificaciones en lugar de aprender? ¿Los estudiantes en verdad necesitan asistir a seis clases al día,  cinco días a la semana, nueve meses al año, durante un periodo cercano a los doce años? La respuesta que escucharemos si hacemos semejante pregunta probablemente sea un rotundo SÍ. Para justificarlo, se dirá que la escuela se necesita para crear buenas personas, buenos ciudadanos y explotar lo mejor de cada individuo. Y tal vez sea cierto, pero aquí habría que preguntarse: ¿Buenas personas y buenos ciudadanos acorde a quién? ¿A los padres, los hermanos, los empresarios? Y quizá en lugar de decir: “Explotar lo mejor de cada individuo”, sería mejor gritar: “¡Estallar hasta hacer escombros lo mejor de cada individuo!”. En el caso de los profesores, ¿tienen culpa al no mantener su voluntad y ver como único objetivo un salario? Después de todo ellos también son parte de un sistema donde el éxito se mide por la capacidad de adquisición de bienes.

Las escuelas, pese a lo que se cree, no buscan lo mejor de cada individuo, no son centros de aprendizaje, sino fábricas en las que los productos (estudiantes) son moldeados, dice Gatto. El enclaustramiento con otros estudiantes, la pasividad a la que se somete, el despojo de responsabilidades e independencia, el fomento de emociones triviales como lo son la codicia, la envidia, los celos y el miedo provocan que los estudiantes sean adultos, pero no precisamente adultos maduros dispuestos a tomar decisiones y llevar acciones, sino adultos infantiles. Este tipo de adulto es el preferido de las elites, pues son incapaces de producir, y en contraste, son los mejores consumidores que podrían existir. Y si se piensa lo contrario, basta con revisar el curriculum que el sistema educativo maneja y el déficit de conocimientos en áreas como biología, lengua, matemáticas, artes, entre otras más.

Al existir un curriculum que se preocupa por estándares empresariales e ignora las necesidades de los individuos, nacen el tedio y el aburrimiento que someten a los estudiantes a una de las peores adicciones existentes: el entretenimiento barato. Las consecuencias de esta adicción son bastante severas, pues han removido en los estudiantes la necesidad de aprender a entretenerse a sí mismos; recurrir al uso de celulares, computadoras y la televisión es una tarea mucho más sencilla.

De nueva cuenta Gatto habla sobre el ambiente negativo que la falta de responsabilidades produce, pues en muchos casos son los padres jóvenes adaptados a vivir sin responsabilidades quienes en lugar de buscar soluciones para entretener a sus hijos buscan la respuesta más sencilla, siendo esta el uso de tablets, smartphones, computadoras y la televisión para entretener a sus hijos. Cuando los niños crecen, el apego a este entretenimiento es  tan grande que se les dificulta permanecer sin revisar el nuevo video o la nueva publicación en sus redes sociales. Ni el aburrimiento, ni la necesidad de dispositivos móviles surgirían si los niños supieran cómo emplear su tiempo, si se les proveerá la oportunidad de experimentar, descubrir, cometer errores. Sin embargo la escolarización mata todas estas virtudes, dejándonos a un montón de personas inmóviles, perezosas, desinteresadas y apáticas. Toda esta adecuación a entretenimientos inmediatos también se observa en las “amistades, que por lo  general son poco profundas, pues se adquieren rápidamente, y rápidamente se abandonan.

Esta es la generación de las respuestas sencillas, las cuales han removido la necesidad de preguntar. Como resultado podemos encontrar una nación de ciudadanos felices de someter su juicio y voluntad ante las exhortaciones políticas y lisonjas comerciales (lo políticamente correcto). La verdad es que si las personas fueran verdaderamente maduras, se sentirían ofendidas y avergonzadas de realizar todo aquello que hoy realizan con suma naturalidad.

Todo este sistema enfermizo es provocado por tentáculos aparentemente invisibles, dice Gatto. A lo largo del libro nos menciona autores y personalidades que han influenciado en el sistema educativo, como lo es el caso de Carnegie, H.L. Mencken, John Dewey, William Torrey, John Rockefeller entre otros.  Este último fue uno de los más grandes subsidiarios en la historia de Estados Unidos. ¿Qué hay de malo en alguien que subsidia el sistema educativo? Bueno, está claro que si inviertes y logras hacer que los beneficiarios se vuelvan dependientes de ti, llegará un punto en el que tu poder sea mayor al del resto. En el caso de Rockefeller, basta con revisar algunos documentos y parte de su correspondencia para entender que su  visión de la escuela no era otra sino una institución dispuesta para organizar a los estudiantes y enseñarles a hacer de manera perfecta aquello que sus padres y madres hacían de manera imperfecta: obedecer. Si echamos un vistazo a las escuelas, podríamos decir que adoptaron muy bien el objetivo de Rockefeller, pues en la institución escolar ya no es importante el talento, sino la docilidad.

Un tanto similar fue lo que H.L. Mencken dijo al describir lo que el percibía como principal objetivo de la escolaridad. No, no es llenar a la juventud con conocimiento y despertar su inteligencia. Nada de eso. El objetivo es simple: reducir tantos jóvenes como sea posible al mismo nivel, criar y entrenar ciudadanos estándar, derribar el disentimiento y la originalidad. Así es en los Estados Unidos, y así es en otras partes donde una escolaridad es obligatoria.

Es así como nacen las sociedades organizadas, a través de las escuelas que son utilizadas como vientres. La escuela no ha sido utilizada para producir conocimiento, sino para consumir las ideas de otros. La meta a alcanzar que se le ha fijado a los estudiantes ya no es la del sustento, sino la de obtener un empleo, la de comportarse correctamente, seguir reglas y alzar la voz únicamente cuando así se le ordena. De no ser así no podría explicarse el irrisorio sistema de ganadores y perdedores que tanto se maneja, o con palabras más leves: ¨sistema por competencias¨.

Gatto propone que la educación debe ser iniciada por el individuo, un tapiz tejido a partir de la experiencia, de una constante introspección, de habilidad para concentrarse en los objetivos personales a pesar de los constantes distractores del ambiente, además debe tener una combinación de curiosidad y paciencia; para todo esto es necesario hacer ejercicios de prueba y error, tomar riesgos, todo esto aunado con la habilidad de recibir retroalimentación del entorno para lograr aprender de los errores. Pero nada de esto parece ser conveniente en el sistema social que experimentamos. Lo que le conviene a nuestro sistema es dividir, porque si se divide a los estudiantes por asignaturas, edad, calificaciones, apariencia física y otros supuestos más sutiles, es probable que la masa ignorante de la humanidad, separada en la niñez, nunca más vuelva a reintegrarse como un peligroso todo.

El libro hace un recorrido también por la educación Prusiana y personajes célebres que tuvieron una escolarización trunca como Benjamin Franklin, Hemingway, George Washington, Octavia Walker, David Farragut. A fin de cuentas Gatto apela a la educación en casa, y no podía omitir ejemplos para intentar convencer a los lectores. Quizá la parte más complicada es hacerle ver a las personas que no necesitan un documento que avale sus conocimientos, el problema es que remover la adecuación de tantos años no es tarea sencilla. Es ahí donde entra la labor docente, pero habría que leerse el libro de Gatto más de una vez, pues aunque toca puntos importantes, en algunos momentos parece caer en un conservadurismo que se me antoja extremo, por lo tanto hay que ir con cuidado entre sus páginas. Y en lugar de pensar remover las instituciones educativas, tal vez sería mejor mantenernos en ese sueño de reconstrucción educativa, viendo utopía en el sentido que Eduardo Galeano nos da: aquello que nos hace caminar. 

Para terminar, Gatto considera las siguientes como mayores influencias de la escuela hacia los estudiantes:

  1. Confunde a los alumnos. Presenta un conjunto incoherente de información que el niño necesita memorizar al estar en la escuela. Aparte de los exámenes y pruebas, esta programación es similar a la de la televisión: rellena el tiempo “libre” de los niños. Escuchan y oyen algo solo para volver a olvidarlo.
  2. Los enseña a aceptar la afiliación de clase.
  3. Los hace indiferentes.
  4. Los hace emocionalmente dependientes.
  5. Los hace intelectualmente dependientes.
  6. Les enseña una confianza en uno mismo que requiere confirmación constante por parte de los expertos. (provisional autoestima)
  7. Les deja claro que no pueden ocultar nada, porque estén vigilados constantemente.

-Eduardo Ramirez Aparicio

 

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