LA MUERTE DEL PADRE
Estoy en la cocina, la tetera hierve nerviosa en la estufa y el cristal de la puerta corrediza se impregna de una capa blanca que bloquea la vista a un jardín yermo. Me levanto de la silla, ignoro la tetera y abro la puerta principal de la casa. Afuera el tráfico y las voces que suben y bajan por la ciudad no son ya sino un ligero murmullo frente al embriagador sonido del mar. De pronto veo la brisa blanquecina debajo del cielo oscuro y pienso que la respiración de mis padres se encuentra ahí enganchada, y las olas del mar que se vislumbran a lo lejos no son sino el eco de sus respiraciones. Todo eso lo pienso a las 3:00 a.m. Confundido, al no lograr recordar cuándo fue la última vez que un libro me mantuvo despierto tanto tiempo. Todo esto sucede y deja de suceder gracias a Karl Ove.
Karl Ove es un escritor Noruego de 48 años que debutó en 1998 con su novela ¨Out of the world¨. Sin embargo, fue a raíz de su proyecto Mi lucha, una serie de seis libros autobiográficos, que el mundo literario dirigió la mirada hacia él.
El primero de estos libros, La muerte del padre, fue un libro que durante todo el 2016 fue apareciendo en repetidas ocasiones en mi vida, al grado de tener que anotar su nombre en un postic y pegarlo en la pared para, en algún momento dado, comenzar a leerlo. Pero por alguna razón continué ignorándolo, quizá por el hecho de que en cuanto a Noruegos escritores soy un ignorante (al único que conozco, además de Karl Ove, es Jostein Gaarder, autor de El mundo de Sofía), de modo que no me siento atraído por escritores escandinavos; o tal vez porque inconscientemente sabía que no era el momento indicado para hacerlo. No fue sino hace una semana, cuando recibí el llamado de uno de mis amigos más entrañables, que decidí leerlo por recomendación suya. Incluso quizá, un tanto obligado. No hubo decepción alguna, se trata de un libro de invierno que hace al lector arder.
¨La vida es sencilla para el corazón: late mientras puede¨. Da inicio, con una frase sencilla, limpia, que va tomando fuerza conforme las horas avanzan, hasta que de pronto te sorprendes murmurándola frente al espejo. Es una obra que Poe consideraría dentro de ese selecto grupo de libros para leer de una sentada, pues Karl Ove rehúye de los circunloquios y las florituras. Para él, más importante que el estilo, es la estructura. Va directo al grano. A todas aquellas frustraciones personales que giran en torno a él día y noche; su comportamiento raquítico e incluso grosero en el ritual de convivencia practicado con las personas que ama; las dudas sobre su talento como escritor; los recuerdos de una adolescencia repleta de confusión; la mixtura de sentimientos desbordándose ante la muerte de un padre alcohólico al que siempre odió en un sentido familiar; las preguntas que el mundo se hace pero no dice, porque podría parecer políticamente incorrecto, pero él decide hacerlas sin titubear. Con todo esto Karl Ove nos va bombardeando en cada una de sus páginas, dejándonos indefensos, pero no indiferentes, ante lo que parece ser una inmolación, una necesidad de exorcizar viejos demonios, de exhibir al mundo su autodestrucción.
La estructura del libro no es lineal, se compone de una sucesión de recuerdos por momentos desordenados. De manera intercalada podemos encontrar al niño Ove, que siente respeto y temor por su padre y una gran admiración por su hermano mayor. Conforme va creciendo conoce los placeres del alcohol y la música rock, donde se resguarda por parecerle en cierto modo que apelan al anarquismo, a la rebeldía que tanto lo seduce. También comienza a tener sus primeras experiencias sexuales y conoce el primer amor que lo llena de felicidad a la vez que lo embarga en la más profunda desesperación. La conciencia de la soledad se agrava con el transcurso de los años y lo golpea con más fiereza; un hermano que se encuentra estudiando lejos del hogar, una madre ausente y un padre que ha decidido establecer una barrera física y emocional con su hijo.
La música Pop y Rock de los años 80 que acompañan las evocaciones de Karl Ove nos ayudan a introducirnos aún mucho más dentro del libro. Con artistas como Ian McCulloch, David Bowie, The Chameleons, The The, The strangles, Madness, Portishead, Blur, Leftfield, Supergrass, Mercury Rev, Queen, Massive Attack y Frankie Goes to Hollywood, estos últimos de gran relevancia con la canción The Power of Love, con la cual ayudan a darle fuerza a la prosa de Ove. En lo personal, disfruté mucho el libro acompañándolo con Sigur Ros.
La muerte del padre podría ser incluido dentro del llamado realismo sucio, pues es inmundo, exhibicionista; sus páginas tienen residuos de nausea, como si un ebrio cualquiera hubiese vomitado sobre ellas durante la medianoche. Es implosivo y explosivo. Por esto es que a veces nos recordará a Raymond Carver o Bukowski, aunque es preciso aclarar que el objetivo de Karl Ove no es retratar la sociedad, sino retratar su vida, donde el retrato de la sociedad no es sino una consecuencia más de esta relación.
Por lo dicho anteriormente, cabe aclarar que a algunos lectores les parecerá que en el libro no sucede nada. Sin embargo, Karl Ove recurre al estilo sucinto debido a que la vida consiste en ello mismo: una serie de momentos pequeñísimos que se van interconectando con el tiempo. De este modo, Ove hace un recorrido por el mundo del mismo modo en que Proust lo hiciera un siglo atrás, con una narración no raquítica, sino más bien atomizada. Un tempo lento que se asemeja más a los momentos de agonía del mundo, donde el tiempo parece no avanzar, mismo tempo en el que el autor se apoya para plasmar su incapacidad para ser feliz, de tener miedo a terminar como su padre y que de pronto todo aquello que admira en mayor o menor medida se venga abajo. Es un ser destructivo que decide recrearse así mismo mediante la prosa; como consecuencia, en esa actividad creadora destruye lazos familiares y la literatura termina de igualmente dañada, pero permanece lo que debe permanecer.
En una etapa donde muchos de mis objetivos parecen haber mudado de piel y algunos otros se debaten entre la vida y la muerte, donde la cercanía de mis padres me parece cada vez más importante a la vez que restrictiva, Karl Ove llega como un curandero. Su cotidianidad le permite al lector uno de los elementos más importantes dentro de la literatura: identificarse.
-Eduardo Ramirez Aparicio