CHAMBITAS DE ESCRITORES FAMOSOS

13
Kafka

ESCRITORES QUE SOBREVIVIERON AL MALDITÍSIMO DAY JOB CON TRABAJOS RASCUACHES, RAROS, LOCOCHONES.

Texto original de http://tintachida.com/chambitas-escritores-famosos/

Desde el principio de los tiempos ha estado presente en el hombre un deseo que pisotea a todos los demás: contar historias. A veces se las quiso contar a sí mismo, a veces a los demás y de ahí salieron religiones, constelaciones, la mentada “historia oficial”, la extraoficial, declaraciones de impuestos truqueadas, teorías de conspiración y los X-Files.

A partir de ahí cayó en la mente del hombre un sueño más grandioso, magnífico, el verdadero american dreamdedicarse al puro gusto de contar historias 24/7. Pero, como decía mi abuelito, “a ver, cómete un cuento”.

Entonces el hombre primitivo tenía que salir a cazar, a perseguir al mamut o al mítico olifante y relegar la maquila de historias, y su debida ejecución, a su tiempo libre. Así nació el maldito day job. Toda la jornada nuestros ancestros buscaban con qué alimentar a la tribu y, por las noches, con las barrigas llenas y frente al fuego, se dedicaban a echar rienda suelta al choro (el choro primigenio).

De ahí en más todo contador de historias profesional tuvo que buscarse una chambita para sostener la pasión por chorearse a los demás con artificio y maestría.

Desde Faulkner hasta su humilde servilleta, nos hemos visto aplastados bajo el yugo de una sociedad que no paga (y si lo hace, lo hace medio mal) por contar historias.

El chiste es no desesperarse, ya dijo por ahí alguno (creo que un actor, pero cómo estar seguro con la memoria de pollo que me cargo): si crees que aquello que debes hacer es bueno y vas por el buen camino, no lo dejes, buenas cosas han de llegar.

Por eso aquí les traigo una muestrita de cómo, sin importar el trabajo pinche que tengas, es posible saborear esos sueños de gloria literaria (o de plano el dulce y simple sueño de chorear para vivir).

Nadie se salva, desde el best seller por excelencia, Stephen King, hasta el incomprendido James Joyce han pasado por estos terribles empleos diurnos para poder seguir con vida y así concluir sus obras maestras. Yo mismo he desempeñado mi parte en empleos extraños (por ejemplo, durante tres noches fui guardia de seguridad de un evento de la SAGARPA en Chiapas). Lo importante es seguirle dando a la talacha, que el trabajo diurno no nos aplaste el espíritu.

Vamos pues a darle a lo que nos truje: los empleos extraños (o de plano terribles) que algunos escritores de alcurnia han desempeñado antes de pegar con tubo.

JUAN RULFO

Comencemos entonces por lo mero bueno, porque es el santo patrono de los escritores mexicanos y porque está a nada de cumplir su siglo de alumbrarnos la vida:

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, mejor conocido como Juanito “dos libros” Rulfo, antes de ser el mastodonte literario que es ahora, vaca sagrada y figura predilecta de mi altar, desempeñó labores varias. Más allá de ser empinador de trago de talla olímpica y respetable guionista para el Indio Fernández, la labor que más conviene destacar aquí es aquella que desempeñó en la llantera Goodrich-Euzkadi. En una de sus cartas a Clara Aparicio, describe su experiencia:

[Los obreros] no pueden ver el cielo, viven sumidos en la sombra, hecha más oscura por el humo. Viven ennegrecidos durante ocho horas, por el día y por la noche, constantemente, como si no existiera el sol ni nubes en el cielo para que ellos las vean, ni aire limpio para que ellos lo sientan. Siempre así e incansablemente, como si solo hasta el día de su muerte pensaran descansar.

Y yo no sé ustedes, pero todo esto que describe Rulfo en la carta-confidencia a su amada Clara me suena a Luvina. Pero la límbica Goodrich-Euzkadi no solo inspiró Luvina, sino que sentó las bases para que el santo patrono pudiera escribir Pedro Páramo. Pues cuando se salió “de ese infierno”, Rulfo dice que “ya para ese entonces no solo tenía quebrantado el cuerpo, sino adolorida toda el alma (…) ese era mi estado de ánimo cuando escribí Pedro Páramo”.

STEPHEN KING

l maestro del suspense, amo y señor de las adaptaciones cinematográficas no nació siendo un multimillonario con tantos libros publicados que resulta imposible conocerlos todos (ya no digamos haberlos leído).

En la oscura década de los 70, un jovensísimo y recién graduado King se vio envuelto en diversos empleos para pagar las cuentas in crescendo del licenciado en letras que acaba de tener un hijo.

Así pues, Stephen fue empleado de lavandería, encargado en una gasolinera y, más importante aún, conserje en una preparatoria. Fue este trabajo el que lo inspiró a escribir su primera novela (su primer trato editorial, al menos): Carrie. Un librazo que resignificó la escena del terror gringo (y quizás global), pues hasta entonces el terror seguía muy apegado a la estética de Lovecraft y Poe.

Como dato curioso: el entonces maestro de inglés vendió los derechos de su primera novela por 400,000 dólares americanos.

KURT VONNEGUT

ese viejecito flaco de ojos amables que nos habla a través de un millar de entrevistas en Youtube, después de su traumática experiencia en la Segunda Guerra Mundial –la cual quedó plasmada con maestría en Slaughterhouse 5, donde relata su captura y encierro en un matadero (el matadero 5), donde vivió el bombardeo de Dresden y cómo, al regresar a la superficie,  se sentía en un planeta deshabitado, vagando entre polvo lunar– trabajó en Sports Ilustraded como redactor; pero cuando le pidieron que escribiera una historia sobre un caballo que, en plena carrera, saltó una barda hacia la libertad, él escribió “El caballo saltó la puta barda” y abandonó su empleo.

Entonces Kurt entró a trabajar en General Electric como publicista. Después de publicar un par de historias y recibir su justa compensación monetaria por ellas, Vonnegut, aconsejado por un editor, dejó General Electric para perseguir a la musa 24/7.

Poco después publicó su primera novela Player Piano, un libro que abreva de su experiencia en GE, donde los obreros poco a poco son sustituidos por máquinas; satiriza la ansiedad americana por escalar la pirámide corporativa, que también va siendo ocupada por las máquinas.

CHUCK PALAHNIUK

Palahniuk (cuyo extraño apellido se pronuncia pola-nik), es famoso por la película que David Fincher hizo de Fight Club, su primera novela, misma que escribió al principio como broma, intentando disgustar aún más a los editores que vomitaron su verdadera primera novela.

Lo que pocos saben es que Chuck pasó por una miríada de trabajitos antes de poder publicar su primer libro. Fue proyeccionista en un cine, lavaplatos y mensajero en bicla. También se desempeñó como mecánico diésel y, por una temporada, trabajó como acompañante voluntario en un hospicio. Palahniuk estaba encargado de llevar y regresar a los enfermos terminales a sus grupos de apoyo.

La mayoría de estos trabajos los desempeñó también Tyler Durden (coprotagonista de Fight Club) y no es muy difícil adivinar la relación entre su trabajo en el hospicio y la afición que tiene su narrador sin nombre por los grupos de apoyo para enfermos, donde conoce al aclamado hombre de los pechos enormes, Robert Paulson (His name is Robet Paulson! His name is Robet Paulson! His name is Robet Paulson!).

FRANZ KAFKA

Kafka se graduó de leyes y, como obligación, trabajó un año sin recibir dinero como burócrata en tribunales. De ahí comenzó a trabajar para una aseguradora, como pasante y también sin que le pagaran un mísero tostón. Armado de valor y siguiendo su sueño (de nuevo: contar historias para vivir), renunció a su trabajo después de nueve meses porque le dejaba muy poco tiempo para escribir.

Poco después consiguió empleo como asesor de compensaciones en un instituto de lesiones industriales. Durante ese periodo se dice que inventó el casco que ahora es reglamentario en fábricas y construcciones (sí, el famoso casquito amarillo que utilizan los obreros y el blanco que usan los ingenieros y arquitectos para resaltar entre la plebe), ahí trabajó hasta su temprana jubilación en 1922.

Este trabajo y sus jornadas de burocracia aturdementes le sirvieron de inspiración para todas sus obras. A pesar de que Kafka –como todos los que nos dedicamos a cualquier nimiedad para pagar las cuentas (brotberuf, le llamaba el padre del austriaco a este tipo de chambitas)– odiaba su empleo diurno, fue un empleado excelente, y recibió varias promociones.

JAMES JOYCE

El irlandés del parche se desempeñó en varios empleos, necesidad impuesta por la desgraciada pobreza que lo aquejaba. Poco después de abandonar la escuela de medicina en París, Joyce se trasladó a Dublín, donde su madre se encontraba en condición de enferma terminal. Ahí, por un tiempo, fue cantante y pianista, con cierto éxito, pues en 1904 recibió un premio en el festival irlandés Feis Ceoil.

Después de que murió su madrecita y de haber conocido a la dueña de sus quincenas, Joyce se trasladó a Pula (hoy parte de Croacia), donde daba clases de inglés a oficiales del ejército austrohúngaro.

Por un tiempo fue empleado bancario en Roma y co-fundó el primer cine de Dublín, el Volta. Su empresa fracasó y terminó yendo y viniendo de Trieste a Dublín y viceversa.

ARTHUR CONAN DOYLE

Sir Arthur Conan Doyle, la mente maestra detrás del detective ficticio más famoso (y representado) de la historia, antes que nada fue médico de profesión.

De acuerdo, este trabajo no es extraño. En el mundo hay miles de médicos –sobre todo después de Grey’s Anatomy Dr. House(este personaje, por cierto, está inspirado en Sherlock Holmes)–. ¿Pero cuántos de estos trabajan en altamar?

El caballero británico se enroló como médico en un navío ballenero de nombre Hope (poético en extremo) y surcó las aguas árticas. Al año siguiente se empleó como cirujano en el SS Mayumba y siguió las corrientes oceánicas hacia el África occidental.

Habiendo colmado su necesidad de aventuras (y probablemente de prostitutas en los muelles), Conan Doyle puso su consultorio en Inglaterra y se dedicó a una vida tranquila, dedicando sus ratos libres a escribir sobre el mejor detective opiómano que haya pisado tierra.

HERMAN MELVILLE

Otro escritor que siguió los cantos de las sirenas fue Melville. Con diecinueve añitos de edad, el autor de Moby Dick, después de darse cuenta de que la vida no le brindaba muchas opciones más allá de ser maestro rural y empleado de banco (Dios nos libre a todos), se enlistó en un navío, de Nueva York a Liverpool.

Tras su experiencia en altamar, Melville decidió regresar a las tranquilidades de la docencia rural. Pero el mar se extraña. Así que volvió a zarpar, esta vez en un ballenero de nombre Acushnet. Cuando tocó puerto, un año y medio después, escapó de la esclavizante labor marina junto a un amigo suyo.

Los dos fueron a parar en manos de una tribu de caníbales llamados typee. Ahí pasó un rato, hasta que los nativos lo vendieron a otro ballenero, el Lucy Ann. Durante su estadía en este barco, Melville se involucró en un motín y poco después (ya en puerto, a Dios gracias), fue apresado.

Tras ser liberado, como el novio adolescente que sigue buscando a la única exnovia guapa que tuvo, se embarcó de nuevo en un ballenero. Este lo llevó a Hawai, donde re enlistó en un barco de la marina estadounidense.

Cuando por fin volvió a casa, pobre y aburrido, decidió escribir sus historias, siguiendo el ejemplo de unos compañeros suyos. Su primer libro, Typee, relata los días que pasó con los caníbales que, fastidiados del gringo, lo vendieron a un barco.

JACK LONDON

Para cerrar la triada de hombres de letras que obedecieron el llamado del mar, tenemos al mismísimo Jack London.

London, además de haber sido un renombrado vagabundo, obrero en un molino de yute y en una enlatadora, empleado de ferrocarril, a los diecisiete años se embarcó hacia Japón. Después de regresar compró con dinero prestado un bote ostrero. Pero dedicarse a buscar ostras no era asunto que le interesara a Jack, así que se dedicó a la piratería. London robaba ostras a granjas en la bahía de San Francisco y las revendía en Oakland.

Su empresa se fue a la bancarrota cuando su bote sufrió daños irreparables. Entonces se pasó al lado de la ley. Empezó a trabajar en la patrulla pesquera de California, poco después trabajó en un barco dedicado a la caza de focas y todo esto antes de terminar la prepa.

Aprovechó sus experiencias en el trayecto a Japón para escribir su libro Typhoon off the coast of Japan.

W. B. YEATS

El poeta y dramaturgo Yeats, si bien es cierto que dedicó la mayor parte de su vida exclusivamente a la escritura, no es ajeno a los caminos de las profesiones extrañas.

Quizás sea Yeats el que desempeñó la chamba más extraña de todas, aunque en una de esas dicho trabajo no le diera de comer (si le hubieran preguntado seguro habría dicho que todo el dinero que recibía era gracias a ese extraño oficio), pero ciertamente es una ocupación de tiempo completo.

Además de haber sido electo senador de Irlanda, William Butler Yeats también fue un talentoso y dedicado mago. Y no me refiero a esos que hacen trucos con cartas en la fiesta de tu ahijado, o a ese que usa un títere de conejo para contar chistes más bien maletones, sino un magus, la crème de la crème del mundo ocultista.

Cuando el patriota irlandés John O’Leary le reclamó a Yeats su devoción por la magia a expensas de “la causa”, el poeta le respondió:

De no haber hecho de la magia mi estudio constante, no podría haber escrito una sola palabra de mi libro sobre Blake, ni habría existido La condesa Kathleen. La vida mística es el centro de todo lo que escribo y todo lo que pienso y todo lo que escribo.

La poeta Kathleen Raine (experta en lo yeateano), explica que “para Yeats la magia no era tanto una forma de poesía, como la poesía una forma de magia”.

LOS BEATS

Todo el mundo sabe que los escritores de la generación beateran los reyes de las chambitas para salir del paso. Una generación de escritores gringos que dedicaba el grueso de sus días a quemarle las patas al judas, beber hasta perder la consciencia y bailar jazz y bebop como si de una cumbia guapachosa se tratase, necesitaba medios para mantener aquel estilo de vida rockstar antes de que los rockstars existieran. Además de que todas quedaron en libros, pues los beatsgustaban de lo autorreferencial.

El mayor en edad era William S. Burroughs. Este hombre, supuestamente heredero de una fortuna, ya que su familia había inventado una máquina que fue antecedente de la calculadora, no se salvó de las chambitas. Después de ser dado de baja del ejército gringo por padecer de sus facultades mentales, el viejo Bill se consiguió jale de exterminador. Muchas de estas experiencias habría de recolectarlas en su libro de cuentos Exterminator!; también algo de ello quedó en su obra maestra, The Naked Lunch, donde el personaje del exterminador juega un papel muy importante.

Otro de los beat por excelencia fue Jack Kerouack, un franco-canadiense depresivo y alcohólico que, con tal de no adentrarse por completo a la respetable sociedad americana, tuvo un friego y medio de empleos de paso. Entre muchos más, Kerouac fue obrero en la pisca de algodón, trabajador del tren, vagabundo, mantenido, guardia nocturno, lavaplatos, marinero recurrente y, claro, el beat favorito de todos nosotros. Todos estos trabajos pueden ser apreciados con minuciosidad a lo largo de sus novelas como On the road y The Dharma Bums.

VLADIMIR NABOKOV

El célebre autor de Lolita, llegó a los Estados Unidos en 1940, escapando de la amenaza nazi. Ya tenía 41 años sobre su espalda y unos cuantos libros publicados en Rusia.

Ya en el nuevo continente, Nabokov comenzó a trabajar para la universidad de Harvard y se convirtió en curador de la colección de mariposas de la universidad. El autor ruso era un entomólogo muy azotado. Seguido, su esposa Vera lo llevaba al campo (él nunca aprendió a manejar) para que el expatriado pudiera recolectar nuevos especímenes.

Tan clavado estaba con el estudio de insectos, y de mariposas en especial, que un género de mariposas fue nombrado en su honor: nabokovia.

Nabokov escribió un buen número de estudios sobre las mariposas y las polillas.

GEORGE ORWELL

George ORWELL-ILLUSTRATION

Después de terminar la preparatoria y sin posibilidad de conseguir una beca para la universidad, el autor de 1984 se enlistó en la Policía Imperial de India en Birmania. Trabajó como policía en las regiones de Rangún, Mandalay e Insien. Cuando fue enviado a Kakha, ahí se enfermó de dengue y regresó a Londres.

Después de reponerse, ya odiando el imperialismo, se retiró del servicio y, en los años consiguientes, se desempeñó en un sinfín de empleúchos para pagar las cuentas, desde lavaplatos en un hotel hasta profesor. Muchas de estas chambitas están relatadas en su libro Sin blanca en París y Londres.

Su rechazo al imperialismo está retratado en su libro Los días de Birmania, y el ensayo “Matar a un elefante”. Ya después ese odio maduraría en sus maravillosas obras distópicas 1984 Rebelión en la granja.

HARPER LEE

Ilustración de Sophie Margaryan

La estadounidense e íntima amiga de Truman Capote abandonó la carrera de leyes y se mudó a la gran manzana para buscar ganarse el pan escribiendo.

Lamentablemente, como suele suceder en este oficio de tinieblas, eso no sucedió. O sucedió, pero con una paga miserable, por lo que Lee se tuvo que dedicar a vender boletos de avión para Eastern Airlines. De vez en cuando escribía artículos y cuentos para revistas.

En esa época conoció a Michael Brown, compositor de Broadway. Este, en un acto maravilloso que muchos de nosotros quisiéramos escribir, de regalo de navidad le dio un cheque por el monto de un año de salario y una nota que decía “Tienes un año libre para escribir lo que se te de la gana”.

De ese año libre surgió la novela To Kill a Mockingbird.

ERNEST HEMINGWAY

Ilustración de Cecilia Pizzaghi

Ernest “el verdadero hombre de acción” Hemingway, desempeñó muchos trabajos. Podríamos clasificar a este escritor como un profesional de la violencia, pues, entre otros oficios, Hemingway fue corresponsal de guerra, conductor de ambulancia y combatiente en la Primera Guerra Mundial, rebelde republicano en la guerra civil española, combatiente en la Segunda Guerra Mundial, boxeador y torero aficionado, pescador de alta pesca y cazador.

Claro, ustedes podrán decir que este último no era un empleo, lo hacía por deporte. Y estarían en lo cierto, a medias. Pues el jovensísimo Hemingway que vivía en parís con su esposa y una niña recién nacida, sin tener dinero para costear su juerga interminable y alimentar a su familia, se dedicaba a cazar aves en los parques para llevar algo de comer a casa.

Así, pues, Hemingway retornó al estilo de vida del hombre primigenio, que salía literalmente a perseguir la chuleta, matarla para después cocinarla y tener tiempo para contar sus historias por la noche, ya con la barriga llena.

GERARDO DE LA TORRE

No todo son chambas rupestres, también los escritores encuentran el pan de cada día en trabajos que ocupan escribir. Para muestra está mi querido Gerardo de la Torre.

De la Torre ha sido protagonista de un eterno peregrinar en la talacha de la escritura. Comenzó como corrector de estilo (un empleo al que los escritores suelen recurrir con frecuencia para pagar la factura de la CFE), luego como periodista cultural. Por un buen tiempo fue guionista para las historietas de Fantomas. Guionista de La hora marcada, cine y Plaza Sésamo. Ha impartido cursos y talleres, es traductor, becario, y párale de contar que se nos va la vida. Aunque tampoco se salvó de las chambas poco remuneradas, pues fue mecánico en Pemex y vendedor de paletas en un show de títeres.

Las opciones para nuestros day jobs son infinitas. Hoy en día, si uno no quiere ser pirata de ostras, empleado bancario, burócrata o maestro de inglés, frente a nosotros se abre un laberinto con infinitas puertas, y cada una es un jale relativo a la escritura.

Uno puede emplearse como community manager y fingir ser una empresa o una celebridad en 140 caracteres o menos. O ser copy en cualquier empresa creativa. Yo mismo trabajé un rato escribiendo guiones para cápsulas informativas del Canal 21 (el canal de la ciudad).

O, si todo lo demás falla, siempre está la oportunidad de ser un eterno becario (aunque, eso sí, aquello es una talacha aparte que amerita ser estudiada con detenimiento); o aplicar la de Bolaño: pasar el rato con pequeños premios de concursos literarios (que existen en demasía, ni hablar de los premios grandes que te dan de 100 mil pesos en adelante).

La ventaja que tiene haber escogido este oficio de tinieblas llamado literatura es que todo debe ser escrito; desde la pornografía que ves en el Golden hasta las etiquetas del vino.

Como dicen los de Indio: la cosa es buscarle (slogan que, sí, tuvo que ser ideado y escrito por alguien).

 

Deja un comentario