Tuve una novia que una noche me asaltó y me robó mis libros de poesía. No eran muchos, pero sabía que eran muy importantes para mi. Esa noche cuando me amenazó, apuntó directamente al corazón. Pude defenderme, pero preferí ceder. Aunque pensándola bien cualquier movimiento en falso pudo provocar una verdadera tragedia.

Antes de retirarse me amenazó de muerte y me dio un beso en los labios. O me dejó un poco muerto y amenazó con besarme. Al día siguiente fui a denunciarla a la policía poética para recuperar mis libros y ponerle una orden de restricción a sus promesas, pero la muy astuta los había sobornado. Poco después recibí una paliza de recuerdos suyos. Un día la vi en la calle. Como ustedes saben la justicia en este país no funciona. Quise esconderme por el temor a represalias. Pero ella siempre sabía cómo encontrarme. Se acercó a mí. Enmudecí de miedo. Me entregó en las manos lo que parecía un libro. Pensé que se había arrepentido un poco y me regresaba uno de mis poemarios. Ella se fue. Ni me mató, ni me besó. Al abrir el libro todas sus páginas estaban en blanco, excepto la primera, que tenía una frase escrita por ella: “Llena estas páginas de poesía sobre nosotros”. La verdad es que sólo he llenado las páginas de ese libro con recetas de cocina, algunos números telefónicos y listas del mandado.

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