Entrar al Euro siempre representa un trance porque implica pasar del escenario urbano cotidiano a uno de los pocos espacios contraculturales en el centro de Ensenada.

Iván Gutiérrez / A los 4 Vientos

Al internarse en este bar uno se encuentra de inmediato con una bola disco en el techo, luces verdosas disparando sobre la superficie del cuerpo, paredes vestidas con cuadros psicodélicos y figuras estrafalarias, espejos con calcas de creadores locales, maniquís arropados con lamentos, murales espaciales, muñecos de bebé colgados del techo y por supuesto, una piñata de Bob Esponja.

“Gracias, esto fue navegante”, comparte de una de las vocalistas del grupo Palomazo Cósmico, banda local de estilo chamánico que esta noche da arranque al “Aquelarre”. Entre caras pintadas, una ofrenda con flores de cempasúchil e instrumentos acústicos, el cuarteto de vibras siderales canta sobre el devenir de la vida; el camino es el destino, recuerdan.

Las herramientas sonoras de la agrupación incluyen un jembé, un derbake, una flauta transversal, un didgeridoo, percusiones de mano, una armónica, guitarras y una armonía de voces que te transportan a ese lugar de libertad que representan el mar y la arena.

Nacido en diciembre de 2014, Palomazo Cósmico brota con Timna Baltdonano y Mar Leal en una playa con una guitarra, amistad y muchas ocurrencias repentinas, espontáneas y divertidas; posteriormente se incorporan Gabriela Bastidas (percusiones) y Carlos Argaez (instrumentos de viento). El género del conjunto es difícil de definir, pues incorporan voces bluseras, percusiones africanas, a rato rimas del barrio y letras con gigs a Pink Floyd y flores azules en el cielo. De igual manera los sonidos del grupo suelen fluir y cambiar con cada canción, mismas que siempre nacen de la improvisación y la intensidad de las emociones. Eso sí, la combinación de las voces de Mar y Timna son la pócima perfecta para cerrar el embrujo.

Gabriela Bastidas, Tima Baltodano y Mar Leal. Foto: Josué Domínguez

Esta noche los símbolos que conjuga el grupo hacen de la presentación un show que trasciende la música para crear una atmósfera mística de locura y lluvia. Al igual que las otras dos bandas que tocan esta noche, la aspiración de Palomazo Cósmico es viajar y conocer los diversos estados de la república mexicana, sueño que buscan alcanzar a través de su música plasmada en “Introspección para la transformación”, primer disco del grupo, y “El árbol de los deseos”, segunda entrega que ya está en el horno.

“Introspección para la transformación”, primer disco del grupo

El grupo concluye su presentación de esta noche con un ritual caótico, un elogio a la locura, un frenesí explosivo de poesía parida por Timna. Con máscara cubriendo el rostro, la identidad, el yo, la posesión de la artista es extraordinaria: el trance se expande y el manicomio abre sus puertas para invitarnos a pasar.

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Los músicos de Adeumazel terminan de montar sus instrumentos y se preparan para cabalgar por el jazz fusión experimental. La raza comparte historias, choca las chelas, rola un tabaco: cotorrea mientras al fondo suenan unas rolitas de King Crimson.

El trío tijuanense inicia la fiesta con un ritmo de jazz fusión sabrosón, obligando a los mortales presentes a derramar la movilidad y ponerse a bailar en la frontera de lo real. El olor a salvia llena la estancia; las vibras negativas están prohibidas esta noche.

Con Lisa Jay en la batería, Eunice Paz en el bajo y Adrián Campay en la guitarra, Adeumazel inicia su trayectoria musical en el 2010 tras la unión sentimental entre Eunice y Adrián: “Empezamos a tocar juntos y muchas ideas comenzar a fluir, mucha inspiración, mucho amor, me gusta decir que tuvimos un vómito de ideas, ¡salió un chingo en muy poco tiempo!”, comenta en entrevista Adrián con harto ánimo. “Comenzamos a tocar los dos más un iPod, por eso le pusimos Ad (Adrián) eu (Eunice) Mazel (“más el” iPod), luego se integró Elizabeth y quedó perfecto el ´mazel´, la sincronía se dio”.

Adrián Campay. Foto: Adrián Macías

Con su sombrero adornado por una flor de cempasúchil, Adrián Campay alza el vuelo jammeando por las luces de su universo personal, deslizando magia por los ritmos del blues y jazz que los músicos de esta noche extraen del más allá.

“Dos terceras partes, dos, dos, dos, el infinito está aquí”, pronuncia el músico por el micrófono antes de la siguiente rola que empieza con suavidad seductora, recordando al comfort y música para volar.

Teniendo entre sus influencias el jazz, el rock, el progresivo, el hip-hop, el trip-hop, la música psicodélica, el funk, la música de Adeumazel es perfecta para improvisar pensamientos explosivos cuyas direcciones y velocidades son igual de inciertas que las notas del jazz. Una pausa, cambio de ritmo, espera, detente, empieza ahora, no, mejor vete por allá, sube, ¡ahora, salta!

Lisa Jay (batería) y Eunice Paz (bajo)

“Confluyendo en lo sagrado con el tabaco, la siguiente rola se llama ´Frajos´”. Imposible seguirle el paso a los malboro y los camel que salen de la batería y las escalas que la bajista explora con la gracia del talento musical.

“Nos gusta decir que somos un trío de género no-obligatorio, porque nunca nos quedamos en un solo género, hay varias rolas que abarcan muchos y es como un no-conformismo a un solo género”, comparte Adrián a este medio.

Parece que la demencia es requisito para tocar esta noche; la invocación de paisajes sonoros surreales vuelve innecesario el consumo de drogas psicodélicas: “la danza de la guerra de una tribu africana le dio vida a esta canción”, comparte Adrián antes de dar inicio a la siguiente rola, parte del repertorio de un grupo que crea música con la intención de “tripear” a la bandita que los escucha:

“Nos gusta romper esquemas, porque la vida no es monótona como una canción pop, es más bien un constante cambio: ya que agarraste la onda y te metiste en el Groove, la vida te sopetea y cambia el Groove, es lo que decimos y sentimos con nuestra música; un reflejo más verídico de la realidad”.

Tras la publicación de su primer disco de nombre homónimo en el 2015, la banda emprendió una gira por la Ciudad de México, San Cristóbal de las Casas y Guatemala, recorriendo espacios en la capital del país como Capitán Gallo (“no comas LSD y vayas a ese lugar”) y el Museo de la Ciudad, así como El Paliacate y el Café Revolución en lo alto de la sierra chiapaneca. Hoy tocan sus delirios en el Eurobar de Ensenada.

“Ya son las siete, siete de la tarde, son las siete de la tarde”. Figuras de agua, balance de la angustia, adiós al montón cuadraturas que la escuela de música te obliga a aprender antes de poder romperlas, triturarlas, remodelarlas en símbolos antes separados, dispersos, olvidados. Los solos de la guitarra de Adrián son energía pura: junto con la armonía de Eunice y Eliza el grupo crea esa sensación placentera que se respira cuando se goza una auténtica experiencia estética. Su música va esculpiendo las capas de una sinfonía de humo y aire; es el jazz llenando las venas de la aventura de estar vivo.

Tamborilea la bajista sus dedos al lado de las clavijas de su instrumento mientras el guitarrista arma una escala progresiva que de inmediato es asaltada por los tarolazos de la batería. El sabor del jamm atraviesa sentidos; describir la música de Adeumazel se vuelva un reto para estas letras. Son fantasmas sonoros: apenas los escucha uno han desaparecido y reaparecido en otra parte.

La baterista juega con sus explosivos como quien domina el arte de los truenos líquidos, derribando paredes de tierra que sólo la maestría técnica permite ejecutar: rompe el viento y acomoda veinte golpes donde solo deberían caber 3; el baile de sus baquetas es hipnotizante, impredecible.

Con su primer disco de nombre sssss publicado en el ssss, el segundo disco de Adeumazel está por publicarse tras concluir la gira que inician esta noche con Melbeat, y al igual que el resto de músicos de esta velada, comparten el gusto por viajar: “Es genial poder usar la música como un medio para ir a recorrer lugares hermosos que nunca hemos conocido y compartir con la gente nuestras canciones, y luego con las Melbeat que tienen un chingo de trayectoria mejor”.

La mano derecha de Eunice interpreta una obra de teatro sobre el bajo: se yergue, reposa, salta un par de escalones y pasa por la sesión de fotos sin dejar de moverse por las cuerdas donde habita. En este momento el Eurobar le pertenece al jazz experimental. Concluye la presentación del Adeumazel y las palmas hacen temblar el cuarto oscuro.

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Lo que se aproxima se antoja espectacular: una interpretación conjunta entre Melbeat y Adeumazel, pero primero hay que acomodar esto por aquí y aquello por allá. Dueto musical conformado por Alma Vargas y Melodie Pichardo en el 2013 durante un viaje por la República Mexicana, la propuesta de Melbeat surge en el seno de las calles de México como un proyecto para subsistir y continuar el tripeo.

“Tenía el sueño de viajar de mochilazo por la república mexicana”, cuenta Melodie al narrar cómo conoció a Alma, para posteriormente mudarse de Mexicali a Tijuana atraída por la diversidad cultural (y la aceptación de la diversidad sexual) de la ciudad fronteriza.

“El primer viaje que hicimos juntas fue de 3 meses, en el 2013, llegamos hasta Oaxaca, y luego de regreso. Al principio hacíamos sólo Malabares en los semáforos, había veces que no nos alcanzaba ni para comer, fue entonces que decidimos intentar otra cosa y empezamos a tocar, dándole seguimiento a un proyecto que ya tenía Melodie”, comenta Alma, quien aprendió a tocar instrumentos de percusiones “sobre la marcha”.

“Anduvimos tocando en las calles de Guadalajara, en restaurantes, tocábamos boleros, algunas canciones de Melodie, en el DF tocábamos en La Condesa”, comenta el duo femenino al recordar su primer viaje.

Adrián Campay, Eunice Paz y Melodie Pichardo

Inicia el concierto con una vibra traslucida perfecta para navegar por las curvas de la montaña. “La bóveda celesta, mi cuerpo se extinguió, célula inmortal, suave sonido detrás de mí, el tiempo al pasar se está transformando”. Dos percusiones se conjugan: Alma y Lisa sacan de sus instrumentos un fuego que baila.

Siendo congruentes con los resultados de escuchar jazz, bossa-nova, folk, reggae, rock clásico, grunge, indie y “de todo un poco”, la segunda pieza del grupo es un trago de blues embriagante, mismo que en esta ocasión ha dejado de lado el estilo “acustic-beat” de la banda para crear un sonido nuevo con el apoyo de Adeumazel.

Alma Vargas, percusiones en Melbeat. Foto: Josué Domínguez

La siguiente rola es un clásico de la banda: “Esto se llama Horizonte y va dedicada para las Palomazo Cósmico”, dice Melodie, arrancando el viaje hacia una estación donde las cadenas revientan y el neo-folk regional exhibe su potencial. Algo de la vibra del duo tijuanense me recuerda al proyecto de Perota Chingo, allá por la Argentina.

Arrancando esta noche su gira por la península bajacaliforniana en “la combi del chombi”, la bitácora viajera de Melbeat incluye recorridos por plazas, festivales, bares, foros, cafés etc de todo México, llegando en el camino a entidades como San Luis Potosí, Guerrero, Guadalajara, Chiapas, Ciudad de México, Michoacán y hasta Guatemala.

Entre el repertorio del duo que hoy es familia podemos hallar “El viaje” (2014), primer disco de la banda, mientras que “Mi lugar en el espacio” (2016) es el nombre de la segunda compilación, mismo que incluye temas como “Más allá”, “Señales”, “Estelar” y “Horizonte”, canciones que han emanado de las experiencias de sus viajes.

Esto es estelar, con esta rolita nos despedimos, ¡gracias por haberle caído!”. La bossa nova irrumpe con un arrojo donde fluyen cometas y las últimas hojas del otoño. La pista llena, los pies alumbrando las dimensiones donde el calor, las pasiones y los sonidos infinitos imbuyen al público que cierra los ojos y se deja caer por la cascada de Melbeat, ¡qué voz tiene Melodie! “…y la felicidad nos evapora…”.

Tras las ganas del público de seguir disfrutando las horas nocturnas con buena música, la bandita de Tijuana nos regala una última rola: “Dicen que los astros cuentan historias sobre las conexiones con el universo; nosotros somos un eslabón más del cosmos”. Con un jamm atronador concluye una velada llena de buena vibra, cotorreo chido y música regional de calidad. ¡Que sigan fluyendo los sonidos de la Baja California!

 

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