Arqueología del saber -Enunciados, a priori y archivo
Eduardo Ramírez Aparicio
En la arqueología del saber, en primera instancia, Foucault intenta definir la unidad del discurso de aquello que denomina enunciados, los cuales son fundamentales para entender su proyecto arqueológico. Como punto de inicio para encontrar esta unidad discursiva, Foucault analiza distintos criterios: el objeto de lo que se enuncia, el sujeto que habla, los conceptos que se utilizan en la enunciación y, finalmente, los temas que son desarrollados en el discurso.
La primera de estas tentativas, observar la unidad desde un dominio de objetos de los cuales se enuncia, parece el primer paso necesario y, quizá, uno lógico y verosímil. Pero, ¿es cierto que los enunciados diferentes en su forma, dispersos en el tiempo, constituyen un conjunto si estos se refieren a un solo y mismo objeto? Foucault considera que el conjunto de enunciados que se refieren a un objeto, están lejos de referirse a un único objeto. Por ejemplo, todos los objetos del discurso psicopatológico han sido modificados a través de distintas épocas: no son de las mismas enfermedades de las que se trata aquí y allá; no se trata en absoluto de los mismos locos, de los mismos enfermos. La realidad es que la unidad del discurso se encuentra constituida por el espacio en el cual diversos objetos son perfilados y transformados constantemente. De modo que la unidad de los discursos sería el juego de reglas que hacen posible, durante un periodo determinado, la aparición de estos objetos. Este juego de reglas, además, define las transformaciones de los distintos objetos. De modo que definir un conjunto de enunciados consistiría en la formulación de su ley de dispersión.
Una segunda hipótesis, propone que, para definir un grupo de relaciones entre enunciados, es necesario atender a su forma y su tipo de encadenamiento, es decir, a su estilo. Por ejemplo, en la ciencia médica parecía haber una caracterización de estilo más que de temas y conceptos. Este estilo estaba organizado como una serie de enunciados descriptivos. No obstante, Foucault considera que la descripción no es sino una de las formulaciones que se encuentran en el discurso médico, formulación que además se ha ido transformando constantemente. De modo que la unidad sería más bien el conjunto de reglas que hacen posible las distintas formulaciones.
La tercera hipótesis hace relación al establecimiento de grupos de enunciados determinando el sistema de los conceptos permanentes y coherentes que en ellos intervienen. Por ejemplo, en la lingüística se podría rastrear un número definido de conceptos cuyo contenido y uso estaban establecido de una vez para siempre. No obstante, Foucault explica que estos conceptos no significan lo mismo en la actualidad. Lo cual es cierto, conceptos que parecían estables como lo son el sujeto y el verbo, de pronto comienzan a tener distintas nociones a partir del Port Royal y de la sintaxis generativa de Chomsky. De modo que la unidad discursiva no sería localizable analizando la coherencia de los conceptos, sino el juego de sus apariciones y su dispersión.
La cuarta hipótesis atiende a un reagrupamiento de enunciados que presten atención a la identidad y la persistencia de los temas. Sin embargo, Foucault ofrece como ejemplo conceptos como valor, cambio y retribución, los cuales son usados por sistemas contrarios en la economía; del mismo modo, la evolución en biología origina dos tipos de discurso distintos. De modo que la unidad del discurso no podría fundarse sobre la permanencia de una temática, sino sobre posibilidades estratégicas diversas.
Estas cuatro tentativas supusieron un fracaso como intento de encontrar la unidad discursiva en tanto dominio de objetos, tipos de enunciación, conceptos definidos y la permanencia temática. En su lugar, Foucault propone observar las transformaciones, las formulaciones de niveles y funciones heterogéneas, la presencia de conceptos que no entran en la unidad de una arquitectura lógica, y las posibilidades estratégicas diversas que pueden encontrarse en la unidad discursiva. De modo que lo crucial se encuentra en la descripción de los sistemas de dispersión, en el establecimiento de formaciones discursivas.
El enunciado en sí
Una vez que se atiende a la unidad discursiva de los enunciados, se analiza la tarea de definir al enunciado en sí. Para esta consideración, Foucault compara al enunciado con conceptos de la lingüística con los cuales podría intentarse equipararlos de manera casi automática. Estos conceptos son la proposición, la frase y, por último, el acto de habla.
En primera instancia, se pregunta si el enunciado no es en realidad una proposición. No obstante, considera que una misma estructura proposicional puede tener características enunciativas distintas. Para explicar este punto, usa dos ejemplos comunes en la semántica formal, donde a pesar de que se puede reconocer una misma proposición, es cierto que los enunciados son distintos. Del mismo modo puede darse el caso de que a partir de un solo enunciado, se originen dos proposiciones distintas, como en el ejemplo de: “El actual rey de Francia es calvo”. De modo que los criterios que se utilizan para definir a una proposición, no son de utilidad para describir la unidad singular de un enunciado.
Entonces, se pregunta Foucault, ¿es el enunciado una frase? Dado que dondequiera que se encuentre una frase gramaticalmente aislable, es posible reconocer la existencia de un enunciado independiente. En su definición amplia, la mayoría de las frases son enunciados. No obstante, Foucault cree que el enunciado se encuentra más allá de los criterios que en las lenguas naturales son utilizados para definir una frase aceptable o interpretable. Tal es el caso de los gráficos, los libros de contabilidad, por ejemplo, que escapan de ese concepto amplio de frase. Por lo tanto, definir un enunciado por los caracteres gramaticales de la frase no resulta suficiente. El enunciado tiene una gramaticalidad, pero los criterios distan de la gramaticalidad del lenguaje natural.
Una tercera posibilidad, es la de entender al enunciado como acto de habla. Sin embargo, con frecuencia, afirma Foucault, es necesario más de un enunciado para efectuar un acto de habla. Por ejemplo, los componentes del acto de habla compromisorio requieren la formulación de la promesa; el deseo del destinatario por ver cumplida una promesa; un emisor con la disposición de cumplir lo prometido, entre otros componentes. Para Foucault, cada uno de estos componentes del acto de habla son a su vez un enunciado. De modo que los actos de habla se encuentran constituidos por la serie o la suma de enunciados que lo componen.
El enunciado, entonces, no es ni frase, ni proposición ni acto de habla, en su lugar, es una función que es ejercida verticalmente con relación a esas diversas unidades. El enunciado es una función de existencia. Esta función cruza un dominio de estructuras y de unidades posibles, con contenidos concretos en un tiempo y un espacio.
El a priori histórico y el archivo
Ahora bien, una vez que se habla de la estructura discursiva de los enunciados, y del enunciado en tanto enunciado, Foucault aborda dos conceptos que son, de igual forma, fundamentales: El a priori histórico, y el archivo. Del primero, dice Foucault:
El a priori recorta la experiencia en un campo de saber posible, define el modo de ser de los objetos que ahí aparecen, otorga poderes teóricos a la mirada cotidiana y define las condiciones en las cuales se puede sostener, sobre las cosas, un discurso reconocido como verdadero.
Por otro lado, el archivo es el sistema que rige la aparición de los enunciados como acontecimientos singulares. Es decir, el conjunto de enunciados que forman la totalidad de los saberes. Mismos que hacen posible la aparición de enunciados, así como la transgresión de esos enunciados. Un sistema general de generación y transformación de los enunciados.
De modo que, para Foucault, el saber de toda época está constituido por el conjunto de enunciados posibles; sus límites están en lo visible y lo decible en un tiempo y lugar determinados, no necesariamente porque una estructura externa de poder silencie los enunciados, sino por la posibilidad de emergencia que los enunciados en un tiempo y cultura determinados posibilitan. El a priori del que hace cuenta Foucault, no designa una condición de validez de los juicios, ni pretende establecer lo que hace legítima una aserción, sino las condiciones históricas de los enunciados, sus condiciones de emergencia, la ley de su coexistencia con otros, su forma específica de ser, los principios según los cuales se sustituyen, se transforman y desaparecen. Es hablar de saberes más que de verdades. El a priori histórico es el orden que subyace a una cultura dada en un tiempo histórico determinado. En tanto el archivo designa la colección de todos los rastros materiales dejados atrás por una cultura y un periodo histórico particulares. Al examinar estos rastros se puede deducir el a priori histórico del periodo y deducir la episteme de ese periodo.
Por ejemplo, Foucault muestra que la palabra y la expresión de la sexualidad en la época contemporánea es lo que se conoce según los enunciados que se encuentran en el archivo de enunciados de sus tiempo y cultura, archivo del cual el a priori hace uso. La sexualidad en el periodo del siglo XX, visto como momento histórico de la liberación sexual, atravesaba a su vez la experiencia de un mundo donde el discurso estaba constituido por una discusión donde se observaba la muerte de Dios. Así como en un solo discurso Sade hizo recorrer todo el espacio, Nietzsche hizo lo propio con el discurso de la muerte de Dios.
Con la muerte de Dios, Nietzsche propone una visión de Dios no sólo como ente ontológico, sino como fundamento de la sociedad occidental. El anunciamiento o declaración de la muerte de Dios, pone a la cultura europea, desde el siglo XlX, en un momento histórico en el que parece que todo comienza a caer por su propio peso. Dios es el límite que dicta aquello que es lo correcto, lo bueno. Su muerte implica un vacío de ese límite, aparentemente tangible, de lo correcto. De pronto se experimentó un rompimiento del horizonte, marcando así, quizá, un escenario catastrófico que dejaba en el desamparo a la sociedad. No obstante, su muerte también podía experimentarse como una aparente libertad del horizonte, libertad como no la había habido previamente; existe la posibilidad de la iluminación, de una nueva aurora, un nuevo sol en la vida, un horizonte libre, aunque aún con nubes cubriéndolo.
La sexualidad en el siglo XX da la impresión de distinguirse por una mayor libertad, no obstante, la perspectiva de lo ilimitado que instaura la muerte de Dios se vuelve un nuevo límite. En la forma de construcción de enunciados hay una forma de codificación de la sexualidad que la limita a ciertos límites constituidos por su propia discursividad. En la producción discursiva hay una codificación de la sexualidad más que una supuesta liberación. No se exploran posibilidades, se dice, se menciona, cuál es la posibilidad dentro de esa liberación. Los enunciados que forman la posibilidad discursiva de distintas instituciones, tienen una incidencia en la forma de vivir, en lo que se conoce y cómo debe conocerse lo conocido y por conocer. La misma Transgresión de la discursividad se teje entre la muerte de Dios y los discursos de la sexualidad que se han disciplinado a través de distintas áreas que forjaron un límite de la sexualidad. La libertad de la sexualidad se volvió a constreñir por medio de todas esas otras formas discursivas que forman parte de la vida, pareciera, de forman independiente, cuando en realidad se entrometen y dictan lo que debe ser y lo que no debe ser dentro de la sociedad, es decir, una nueva codificación da la impresión de una libertad sexual cuando en realidad se dicta el modo de vivir esa sexualidad. Se trata pues, de un archivo del que hace uso el a priori histórico de la época para codificar y limitar la experiencia. De ahí radica la importancia de analizar el archivo, pues de esta manera es posible encontrar el a priori histórico de la época.