Ilustración: FlyingMountain

 

El día en que la flor por fin salió airosa de aquel arbusto, se encontró con el príncipe Teporochito. Él, a pesar ver todo borroso y no poder mantenerse  erguido, se apoyó lo mejor que pudo y abrió los ojos pelándolos con la intención de enfocar mejor. Sus palabras se arrastraban:

-¡Que hermosa florechitaaaaa!

-¿Verdad que sí?- El Teporochito alargo el brazo y con el dedo índice quiso tocar la flor, como dudando que fuera real, la termino tocando muy bruscamente:

-¡Ay! ¿Me puedes regalar poquita agua?

-¿Agua? Mmmm, ahí te va el agua de riñón, chiquita.

-¡Qué asqueroso! No, quiero agua limpia

-Si la mía está bien pinche limpia, mamacita. Mira, abre tu boquita.

-¡¡No!!- La flor indignada se dio la vuelta para no ver más allá del pantalón del Teporochito.

-¡Ándele, rica lluvia!

La flor quiso morirse por atraer aquella maldición.

 

Santa Sofía

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