TECNÓPOLIS: la sociedad de la vigilancia voluntaria

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La semana pasado estalló la noticia de que el #GobiernoEspía, revelación del New York Times que nos demostró lo que muchos ya sospechábamos: el poder corrupto y tiránico de un gobierno que vigila a sus enemigos, dígase periodistas, activistas y defensores de Derechos Humanos.

Capitán Beto

Más allá del impacto de este violento acto contra los sectores mencionados, cabe trasladar la problemática a un plano más tangible y cercano para la sociedad civil: la vigilancia voluntaria que ejercemos y posibilitamos los usuarios de las redes sociales en la sociedad contemporánea híper-mediatizada.

Es indudable que el día de hoy miles de personas participamos en un carnaval voyerista sin precedentes, festival de la vigilancia masiva donde el placer de observar las vidas de los otros se materializa en redes como Facebook, Instagram y Snapchat.  

 

Nunca antes habíamos estado tan al pendiente del transcurrir de la cotidianidad de nuestras “amistades”, jamás habíamos tenido tan a la mano tal multiplicidad de ventanas a espacios, momentos, sentimientos que antaño fueran considerados como íntimos.

La lucidez del hoy fallecido sociólogo austriaco, Zygmunt Bauman, nos puedes ayudar a ilustrar la época de la exhibición masiva:

“La condición de ser observado y visto cambió de categoría pasando de ser una amenaza a ser una tentación  […] Vivimos en una sociedad confesional, una sociedad en la que se elimina la frontera que antes separaba lo privado de lo público, que convierte la exposición pública de lo privado en una virtud pública y en una obligación”.

El nuevo paradigma de la privacidad dicta que debemos exhibir nuestra vida íntima para socializar. En esta búsqueda de aceptación social, explícita en la anhelación de acaparar la mayor cantidad de likes y corazones en nuestras publicaciones, estamos dispuestos a exponerle al mundo entero lo que desayunamos, con quien salimos, donde estamos, los pasatiempos que realizamos, el interior de nuestra habitación, los momentos en antaño más privados con nuestros seres queridos, todo en tiempo real, inmediato, efímero.

A partir de esta cuestión surgen varias preguntas: ¿Qué representa la privacidad para el homo digitalis? ¿Es posible socializar en las redes sin utilizar nuestra privacidad como moneda de cambio? ¿Por qué necesitamos que centenares de supuestas “amistades” validen nuestros actos al exhibirlos en las redes?

En estas reflexiones también es preciso hablar de “lo secreto”, y al igual que con la privacidad, Bauman es el pensador ideal para echar algo de luz sobre este concepto:

“Un secreto, como las demás posesiones personales, es por definición esa parte del conocimiento que se impide y prohíbe compartir con los demás y/o que se controla celosamente. El secreto fija y delimita la frontera de la privacidad, entendida ésta como el dominio propio de cada uno, el territorio de la soberanía exclusiva, dentro del cual cada uno tiene el poder total e indivisible para decidir quién soy y qué soy, y desde el cual cada uno puede intentar una y otra vez que sus decisiones serán reconocidos y respetadas. Sin embargo, en un giro de 180 grados que realizamos respecto a los hábitos de nuestros antepasados, perdimos la valentía, la energía, y sobre todo la voluntad de seguir defendiendo estos derechos, esos fundamentos insustituibles de la autonomía individual”.

Retornando al tema con el que iniciamos esta columna, podemos entonces preguntarnos si en la actualidad no somos todos espías, vigilantes unos de las conductas, pensamientos y vidas de los otros. La paradoja es tremenda: mientras que el gobierno ha invertido millones de pesos en softwares para espiar a los ciudadanos que ve como amenazas, millones de ciudadanos han abierto, voluntariamente, los álbumes de fotos de sus vidas, las puertas y ventanas de su casa y los pensamientos y sentimientos más profundos de su existir.

Al mero estilo de las distopías, nos dirigimos cada vez a mayor velocidad a una sociedad de la vigilancia voluntaria y absoluta, donde merman quienes tienen el coraje suficiente para defender su derecho a la privacidad y oponerse a lo que dicta el statu quo de la exhibición masiva. Y tú, estimado lector, ¿qué tanto valoras tu privacidad? ¿Qué tanto exhibes de tu vida en las redes sociales? ¿Qué tan vigilado, por no decir espiado, te sientes?

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