“Nadie cree que los pueblos del mundo civilizado están viviendo

en condiciones ideales… El objetivo que atrae a hombre y mujeres

en el mundo es el éxito material; y para alcanzarlo ninguna vileza

es bastante vil, para desanimar a sus adoradores de codiciarla”

Ricardo Flores Magón  

 

 

Recuerdo como a mi hermana y a mí (en realidad sigue pasando), familiares y amigos acompañan su saludo de un elogio, algo así:

–          Hola muchachas, mira que preciosa estas y  tú también… morenita.

Mi hermana es la rubia de ojos verdes y además dulce como solo ella, yo soy la morenita.

 

Cuando leí las noticias y opiniones relativas al reciente estudio del INEGI (instituto nacional de estadística y geografía), no puedo decir que me haya sorprendido cuando menciona: “de las personas que se autoclasificaron en las tonalidades de piel más clara, solo 10% no cuenta con algún nivel de escolaridad, mientras que la cifra se eleva a 20.2% para las personas que se autoclasificaron en las tonalidades de piel más oscuras”, así como las personas de piel obscura se emplean en trabajos que requieren menor calificación y si son proveedores de una familia, sus hijos tienen menor probabilidad de tener educación superior, en otras palabras, si eres prieto eres ignorante, pobre y con menos acceso a oportunidades.

De esa estadística han sido muy diversas las reacciones, hay quienes acusan de absurdo el estudio o de racistas a los mexicanos, la situación se agravó cuando el presidente de la junta directiva del INEGI, Julio Santaella, publicó un par de tuits, sobre los que tuvo que aclarar, que no lo decía él, sino la estadística; pues bajita la mano escribió, si eres blanco ya la hiciste, pero si eres moreno… Otro punto interesante es que las personas se autoclasificaron, identificaron su tono de piel en una gama de once colores.

 

Me atrevo a afirmar que los mexicanos, más que racistas, somos clasistas, porque la pobreza en nuestro país, es motivo de vergüenza. Pero esto no es algo reciente, desde la conquista se impusieron los blancos como superiores con todo un sistema de castas, donde el color de piel estaba relacionado con la posición socioeconómica; la historia no se deja atrás, se hereda, y a pesar del nuevo orden social, para muchos mexicanos la piel obscura es símbolo de pobreza, de sumisión y vergüenza, la cual se supera solamente elevando la clase social, o imitando las costumbre de los ricos. No es casualidad que México sea unos de los países en el mundo, en el que más aumento hay en ventas de marcas de lujo, o que la clase trabajadora desprecie la educación pública y se esfuerce por llevar a sus hijos a “colegios”, lo cierto es que ni aprecian la moda ni buscan calidad educativa, sino mostrar su estatus y ofrecer a sus hijos otro nivel de relaciones sociales.

Esto lo refuerzan los medios de comunicación con programas como las telenovelas, en las que la humilde empleada espera verse rescatada por el patrón o en el cine, la niña noble que se sensibiliza con los del barrio, siempre con el tono de piel como elemento distintivo; recientemente lo vemos en las series de narcos, esos salidos de la nada que de un día para otro tienen acceso a un mundo de lujos y cuyas mujeres se polvean para verse pálidas y esconder la “pena de ser morenas”, es decir, de no gozar del accidente de nacer con privilegios. Esos que “logran” superar la pobreza y “pertenecer” a los “de arriba”, ven al pariente pobre por debajo del hombro; el mexicano, no aspira a la justicia ni a la igualdad; aspira a pertenecer a los de arriba y humillar a los de abajo; al mexicano le cuesta trabajo ver de manera horizontal y, peor aún, culpa al pobre de ser pobre, lo culpa de la desigualdad y de la ignorancia, pero no se solidariza.

Algo similar sucede con nuestros connacionales en Estados Unidos, esos que olvidan el español, se tiñen de rubio, menosprecian a los paisanos, compran la camioneta más grande y hasta defienden a Trump.

Los poderosos, esos que vemos adinerados y güeritos, hacen lo posible por todos los medios, para perpetuar y crecer sus privilegios, reforzando la idea de que su estilo de vida es el bueno, de que su imagen es la ideal y que todos deberíamos aspirar a ser como ellos, que nosotros estamos mal por no tener más y que nuestra imagen es la despreciable; cuando los imitamos fortalecemos la desigualdad y rechazamos la humanidad. ¿Por qué no nos inventamos otro estilo de vida, que se base en ser y no en tener? ¿Por qué no dejamos de imitarlos y nos ponemos del lado de quienes nos necesitan y a quienes necesitamos? Porque solo con ellos vamos a desarrollar el sentido de justicia, de compasión y solidaridad.

 

Si aspiramos a un mundo más justo y humano, empecemos por cambiar nuestras ambiciones y la forma en que tratamos a los demás. 

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