De vuelta al laberinto de la poesía mexicana (Segunda parte)

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8.- ¿Qué poetas mexicanos actuales –vivos- recomendarías leer?

Se mencionaron 32 autores distintos. Quienes los nombraron fueron los 37 que en la pregunta cuatro dijeron sí haber leído poesía contemporánea. La cantidad de respuestas y el número de autores son peligrosamente cercanos, 37 encuestados que mencionan a 32 autores. Sólo algunos coincidieron en los nombres, la mayoría de los nombrados tienen sólo una mención.

Y aquí viene lo mejor, y que ya había adelantado un poco: los escritores mencionados lo fueron en su gran mayoría por parte de personas que están cercanas al medio literario (estudiantes de literatura, escritores) y por sus propios conocidos. Sí, varios poetas fueron agregados a la lista por personas que los conocen personalmente, que han convivido con ellos o con quienes al menos han coincidido un par de ocasiones. En ese sentido podríamos tener dos suposiciones principales: 1.- que los poetas no se montan a su nube y son tan accesibles que todos sus fans los conocen “de mano”, como se dice; o 2.- que nada más sus amigos, conocidos y un puñado más de lectores casuales saben de su existencia. Creo, dejándome llevar por un sentido común no muy bien intencionado, que la opción correcta es la segunda. Conozco a más de 5 encuestados y sé que mencionaron a los poetas no porque sean sus favoritos, sino porque sólo han leído a esos.

Antes de pasar a los nombres debería ejemplificar lo anterior con el caso del sujeto que más menciones recibió: yo. Dejaré que el lector llegue a sus propias conclusiones, pero ¿acaso no es obvio que hay demasiados poetas para tan pocos lectores?

El siguiente, luego de las fabulosas 12 menciones de mi nombre, fue Armando Salgado, con 8; le siguió Francisco Hernández, con 4; luego están A.E. Quintero, Ricardo Castillo, Fabio Morábito, Eduardo Lizalde y Christian Peña, todos ellos con 2 menciones, y al final vienen otros 24 autores referidos, todos sólo con una mención: Saúl Ordoñez, Jesús Bartolo Bello, Neri Tello, Laura Rojas, Álvaro Cancino, Omar García, Nadia Escalante, Gabriel Aguilar, Julia Santibáñez, Verónica González Arredondo, Marco Antonio Campos, Alí Calderón, Karen Plata, Ricardo Yáñez, Livier Fernández, Balam Rodrigo, Raúl Aníbal Sánchez, Julián Herbert, Manuel Recillas, Lucía Rivadeneyra, Eduardo Casar, Carlos Rojas y María Baranda.

Vamos con las varias anotaciones.

El caso de Armando Salgado sigue la lógica que planteé anteriormente, de las 37 personas que respondieron sí leer poesía contemporánea, al menos alrededor de 20 conocen o han coincidido con el autor –algunos escritores, otros compañeros oriundos de Michoacán o alumnos-. Lo mismo que pasa con las 12 menciones de mi nombre. Con esto no menoscabo la calidad de la poesía de Salgado (o la mía, ¡ja!), más bien explico el porqué de la amplia diferencia entre las 8 y 12 menciones de los michoacanos y la apenas 1 de otros autores con más trayectoria que nosotros.

Si seguimos observando las respuestas podemos especular y tal vez acertaríamos al decir que si siguiéramos haciendo la misma pregunta a lectores casuales o consuetudinarios del género, seguramente la cantidad de nombres crecería; los lectores de Guadalajara mencionarían autores tapatíos, los de Monterrey harían lo propio con los regios; en la CDMX no faltaría quien mencionara al poeta olvidado de los arrabales, y así en cada rincón del país. Sin embargo, la mayoría de menciones seguiría manteniendo porcentajes bajos, si no fueran 37 los que respondieran sino 100, no me sorprendería que se mencionaran 90 poetas diferentes.

¿Qué quiero decir?, que en la literatura y más aún en la poesía, la popularidad de los autores contemporáneos es cosa risible. Hay una mínima cantidad de lectores casuales del género, una aún más pequeña cantidad de lectores habituales, y éstos tienen tantos poetas entre los cuales escoger que eligen, como tantas cosas en la vida, la ley del menor esfuerzo y se quedan con lo más cercano, con lo que tienen a la mano o con lo que les es más accesible.

Ahora, si la popularidad de los escritores del género depende de factores que nada o poco tienen que ver con la calidad de su poesía, seguimos buscando el hilo negro: ¿cómo se mide la calidad de un poema? Los certámenes de poesía abundan en nuestro país, hay más de 100 concursos en los que se ponen en juego cantidades que van desde los mil pesos hasta los 500 mil. ¿Un poeta mexicano puede recibir 500 mil pesos y ser leído por menos de mil personas? Sí. ¿Un poeta mexicano puede haber ganado miles de pesos con su poesía y aun así no aparecer en una encuesta y ser considerado mal poeta? Sí. Si, supongamos, hay 100 certámenes al año, entonces hay hasta 100 poetas galardonados al año; es decir: poetas que ya son reconocidos como tales. ¿Y qué pasa con todos esos  condecorados, y con sus poemas, con sus libros? Ni dios lo sabe.

Discutimos por la calidad de la poesía mexicana pero es como discutir por la calidad del grano de maíz que cosechamos cuando no tenemos un granero suficientemente grande para almacenarlo y luego ¿cómo vamos a distribuirlo? Con los poetas pasa lo mismo, apenas y podríamos leer la cantidad enorme de poemas que se producen y, aunque se publican menos, sigue habiendo una cantidad de paja enorme en medio de la cual buscamos la aguja: el verso matador. ¿No sería entendible que, por cansancio o por comodidad, termináramos confundiendo un hilo de paja con la aguja de oro?

 

9.- ¿Qué libros de poesía -de mexicanos vivos- recomendarías leer?

Si en el caso de los poetas no lográbamos ponernos de acuerdo, en el caso de los libros estamos peor. Se mencionaron 24 títulos diferentes, obviando a los que contestaron: “cualquiera de los autores que mencioné”. Sin embargo, a pesar de que las respuestas vienen de este mismo grupo de los 37 que sí leen poesía contemporánea, y de que al ser sólo 24 títulos podríamos suponer que habrá más repeticiones en los nombres, todos tienen una sola mención. [1]

De los autores nombrados en la pregunta anterior aparecen los libros: De lunes todo el año (Morábito), Cuenta regresiva y Almendras (A.E. Quintero), Los dones subterráneos (Raúl Aníbal), Vertebraciones del silencio (Neri Tello), Este cuerpo no soy (Verónica González), Malandra (Laura Rojas), Nueva memoria del tigre (Lizalde), Fiebrerías (Armando Salgado)[2], El corazón y el avispero, Mar de fondo, Antojo de trampa (Francisco Hernández)[3], El pobrecito señor X (Ricardo Castillo), Me llamo Hokusai (Christian Peña).

No obstante otros mencionados no reaparecen con sus obras, mientras que aparecen libros de autores antes no referidos, como: Muerte en la Rua (López Mills), Jaws (Xitlalitl Rodríguez), No sé andar en bicicleta (Rocío Franco), Todavía es mañana (Adrián González) y Xenankó (Adán Echeverría).

Entre los poemarios enlistados hay algunos con premios importantes, como Me llamo Hokusai (Premio Poesía Aguascalientes) o Jaws (Premio Ignacio Manuel Altamirano); también hay otros que, aunque no premiados, fueron escritos por autores con una trayectoria importante, como Francisco Hernández o Lizalde; pero resaltan libros de autores poco conocidos, ¿será que quienes los mencionaron los conocen personalmente?, ¿que la calidad de los libros no responde a si han o no obtenido algún reconocimiento institucional? Otra vez son pocos los mencionados y más las preguntas que las respuestas. Dejo al lector las conclusiones de tamaña incertidumbre.

10.- ¿Podrías mencionar cinco editoriales que publiquen poesía en nuestro país?

Está bien que un grupo de marginados con pretensiones estéticas cometa la locura de escribir versos, pero cuando una empresa editorial se embarca en la demencial aventura de publicarlos es cuando habría que poner pausa a lo que estamos haciendo y voltear hacia ellos para saber qué diablos está sucediendo. Hace unos días hablé con una pareja de escritores que me decía que ahora todos los que escribían también querían tener su propia editorial; lo gracioso fue que luego de decirme aquello me soltaron que ellos tenían una y que, claro, publicaban poesía. La primera respuesta que se me viene a la mente para solucionar el asunto de que algún loco quiera publicar y vender libros del género menos vendible sobre la faz de la tierra es que ese loco es, además, productor de dicho género. ¿Quién publica a los poetas? Pues los poetas.

Luego de analizar las respuestas obtenidas en esta pregunta debo agregar, en defensa de los bienintencionados editores-aedos, que no sólo los bardos publican a los bardos, también las instituciones públicas lo hacen, y un par de editoriales más o menos independientes que deben cubrir una especie de cuota de género (literario), porque si no terminarían siendo como todas las otras, comerciales y alejadas de las élites intelectuales y cultísimas que, obvio, sí leen poesía.

Se mencionaron 28 editoriales diferentes –sin contar algunas que a pesar de haberse nombrado no publican poesía-, las menciones vinieron, primero del grupo de los que sí leen poesía actual y, luego, de los que leen habitualmente pero casi nada de poesía. Los jóvenes universitarios y de nivel medio y medio superior no tenían idea alguna de lo que era una editorial. Primero las editoriales institucionales: Conaculta (3), Fondos de los Estados o instituciones públicas (5), SEP (1) y Fondo de Cultura Económica (8); luego vienen las editoriales independientes, entre las que hay desde las que publican ejemplares artesanales (casi siempre había relación directa entre quienes las mencionaron y los editores o autores publicados en las mismas) hasta las que siguen una dinámica más parecida a la de las editoriales comerciales: Simiente (1), Diablura Ediciones (7), El Naranjo (1), Abismos (2), Paraíso Perdido (1),  Mantis (3), Ditoria (1), Arlequín (1), Jitanjáfora (2),  Coyoacán (1), Taberna Libraria (1), Resistencia (1), Verdehalago (2), El Ermitaño (1), Bonobos (1), La Sonámbula (1) y Atrasalante (1). De éstas puedo decir que al menos Diablura Ediciones, Abismos, Paraíso Perdido y Mantis son lideradas por escritores, cumpliéndose lo que mencionaba en el párrafo anterior; también vale mencionar que Paraíso Perdido ya no publica poesía, aunque sí llegó a hacerlo. Además, es interesante saber que más de la mitad de estas editoriales han publicado apoyadas por estímulos o apoyos institucionales: Paraíso Perdido, Mantis, Arlequín –todas de Jalisco- editan usualmente libros galardonados en algún certamen, en el formato de coedición con las secretarías o institutos de cultura de los estados; asimismo ha sucedido con ediciones de Resistencia, Abismos o Atrasalante, además de editoriales ya ni tan independientes y que también fueron mencionadas en la encuesta, como Almadía (4) o Sexto Piso (2). Una suposición evidente en este caso es que la única manera de publicar poesía en México, incluso si eres una editorial más o menos consolidada, es la subvención del Estado; ni modo, seguimos siendo un pueblo paternalista.[4]

¿Por qué se publica tanta poesía si nadie la compra?, ¿los poetas creen en los poetas, en la poesía o en sí mismos? Las razones son varías y complejas, desde la hiperegotrofia de los poetas hasta los beneficios de un negocio redondo. Pensemos: el Estado debe aparentar –porque ése es su trabajo- que existe cultura, la poesía es cultura, le han dicho. Crea certámenes, da estímulos económicos a los creadores –como quien apoya a un grupo vulnerable, a una minoría marginada-, y luego, llegamos los poetas y los editores vivos y abuzados, a decirle que para terminar de hacer bien su trabajo hay que publicar a todos esos talentos nacionales, que hay que hacer llegar la poesía a todos los rincones del país, y cómo, pues muy fácil míster président, yo le hago una edición chingona de mil ejemplares por una módica cantidad y luego ya vemos cómo los distribuimos. El resultado, no sólo alimentamos a los poetas, sino también a los editores y de paso encajonamos 500 ejemplares de libros de Juanito de Los Versos Rotos en las bodegas, y los otros 500 se van a los estantes de las librerías –si tienen suerte- a empolvarse. Nada de esto está mal, que para eso es el dinero. Lo malo es que carecemos de estrategias de distribución, que el Estado se limita a aparentar, a realizar encuestas tan inútiles como ésta, pero no ha generado un verdadero proyecto para “crear” lectores y, a todo esto, ¿será tarea del míster président y de sus amiguitos crear lectores?, ¿de quién es esa obligación?, ¿es una obligación leer?, ¿y poesía? El Estado fomenta la lectura para simular, ya lo sabemos, pero para qué lo hacemos nosotros, los poetas, los editores, los académicos, ¿para tener amigos con quien conversar?, ¿para mantener vivo un dinosaurio que evidentemente está desapareciendo?, ¿porque es lo único que sabemos hacer y ni modo de morirnos de hambre? Yo no sé.

 

11.- ¿Podrías mencionar un poema que te haya marcado, cuál sería?

Todos tenemos una canción que nos marcó, ésa que cuando escuchamos nos echamos a llorar o pedimos una cerveza, pero y ¿el poema? Uno no va por la vida recitando su poema favorito o pidiéndolo en las fiestas o en las cantinas, como si fuera una de Chente o del JuanGa. Sin embargo, claro que existimos los desadaptados y hubo un total de 23 poemas mencionados. Los que se llevaron las palmas fueron el “Poema XX”, de Pablo Neruda (3); “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”(2) y “Los amorosos”(2), de Jaime Sabines. Todos los demás tuvieron una sola mención. Sólo una persona, por ejemplo, mencionó “Muerte sin fin”, un poema que se supone representativo, y sólo una también dijo que lo había marcado “Los heraldos negros”, igual pasó con “Piedra de sol”, de Octavio Paz. Nadie, ni siquiera los del grupo que lee poesía contemporánea, mencionó el poema de un autor actual. Los jóvenes de preparatoria y de secundaria, a excepción de un par que dijo que uno de Neruda u alguno de Benedetti que no recordaba, dijeron nombres de poemas o “poesías” que se usan para declamar en las escuelas, lo que nos habla, una vez más, de la idea de poesía que aún tienen los adolescentes de educación media.

¿Por qué los lectores de poesía contemporánea no mencionaron a ningún autor vivo?, ¿será que habría que morirse para que nuestros poemas sean más fuertes e intensos?, ¿los poemas de hoy son peores que los de ayer?, ¿para que un poema me marque debe estar legitimado por el tiempo?, ¿por las élites?, ¿por cuántos lectores? ¿Los textos que se mencionan marcaron a estos lectores por su calidad estrictamente literaria o por las experiencias vitales por las que estuvo rodeada su lectura?, y si la respuesta correcta es la segunda –que yo lo creo-, ¿cuál es la necesidad de escribir un poema exacto, perfecto, si para que éste marque al lector se requieren de factores que de ninguna manera pueden estar en nuestras manos?

 

Omitiré el análisis de las siguientes dos preguntas, pues una tiene que ver con la edad de los encuestados y la otra con su profesión, y ya he comentado estos aspectos al principio de este artículo.

Las siguientes cuestiones voy a analizarlas en un solo bloque, pues no son cuantitativas en su mayoría y se dirigen a una misma dirección.

14.- ¿Has asistido a algún evento literario? 15.- ¿Cómo te has sentido en esos eventos? 16.- ¿Qué propondrías para mejorar este tipo de actividades? 17.- ¿Qué propondrías para que los libros de poesía llegaran a más lectores? 18.- ¿Qué debería hacer el escritor para acercar su obra a los lectores?

A la primera pregunta hubo 64 personas que dijeron que sí y 55 que respondieron que no. Los 55 son todos del grupo de los estudiantes.

La mayoría de los encuestados respondieron genéricamente a las siguientes preguntas:  15.- Bien. Me gustan. Debería haber más eventos así en la ciudad. No he asistido a muchos pero a los que sí me han gustado. Depende del evento. Hay unos chidos y otros no.

En respuestas de este tipo se agotaron las opciones. ¿Qué veo? Respuestas programadas, sin un análisis previo. No dudo que haya a quienes sí les gusten los eventos literarios, pero siguen siendo muy pocos y a éstos les gusta no por el evento en sí, sino porque este tipo de espectáculos suponen una salida de la cotidianidad, una excepción a la regla y, en muchos casos, la entrada al mundo de la exclusividad. Siempre, en ciertos círculos, es mejor decir que se fue a la ópera, a un concierto de cámara o a la presentación de un libro que a un antro o a los XV años de Fulana de Tal. Los estudiantes de prepa y secundaria que respondieron sí haber ido, también dijeron que les había gustado; ¿realmente les gustaba? Claro que no, es la respuesta correcta políticamente. Si algo te gusta lo buscas, te acercas, vas aunque en el camino se interpongan obstáculos. He asistido, la mayoría de las veces más por obligación, a casi un centenar de eventos literarios, y los he visto brillar por el vacío de sus bancas, por la soledad en la que el eco amplifica los menudos y aflojerados aplausos. No digo que en todos los casos sea así, pero si dejamos fuera las pocas excepciones, hablamos de eventos gratuitos y solitarios donde no veo a esas personas que piden a la menor provocación más cultura en su ciudad, llegar a sentarse en las sillas. Creo que hay que decirlo con todas sus letras, la mayoría de los eventos literarios son aburridísimos, incluso para los que leemos poesía. Uno de los encuestados, librero de la ciudad y lector habitual, respondió: “Por lo general (voy) por trabajo y si soy sincero la mayoría son aburridas, hasta pretensiosas resultan. Noto que la gente que está ahí o es por compromiso o porque es su cuate y si el ponente es writer-star pues nada más van por la selfie y el autógrafo”.

16.- Más publicidad para que fuera más gente. Que hubiera nuevos formatos. Que se regalaran libros. Que fueran multidisciplinarios, con música o actuación.

17.- Que les hicieran más publicidad. Que se regalaran. Que se les hicieran entrevistas a los escritores y aparecieran en los medios de comunicación.

18.- No sé. Dar entrevistas. Vender en la calle y en el transporte público. No es trabajo del escritor.

¿Qué notamos en todas estas respuestas? Yo veo que la mayoría de los encuestados habla sin tener conocimiento de causa, como es obvio, no tendrían por qué tenerlo. Es como si me preguntaran a mí cómo mejorar las ventas de los productos de la agricultura local. Tengo una opinión, claro; pero seguramente no será acertada. Con la literatura pasa que todos podemos e, incluso, nos sentimos en el deber de opinar. Alguna vez escuché de una persona que estudió mercadotecnia que lo que las librerías necesitaban eran vendedores y no libreros; es decir gente que supiera vender y administrar, no gente que leyera. También alguien alguna vez me dijo que se podían vender libros sin haber leído uno; tal vez, no lo dudo, pero ¿para qué? Los venderás como pisapapeles, como un producto ornamental, y luego, cuando el cliente se dé cuenta que ni para eso sirven, ¿qué va a pasar entonces con el libro? Nada, se desecha. Pero eso al vendedor no le importa, porque como su nombre lo dice su trabajo es vender y ya lo hizo. El problema con los libros o, mejor dicho, con quienes estamos interesados en “vender” este tipo de producto intelectual, es que lo más importante es lo que viene luego de la venta, luego, incluso, de la lectura del ejemplar. Nos interesa lo que produce el producto, el libro no es –o no debería ser- perecedero.

No voy a profundizar en este tema, sólo me interesa para demostrar que la mayoría de las propuestas de los encuestados son deficientes por superficiales, y porque no atacan el problema real: las personas no leen poesía. Podemos hacer que vayan a los eventos literarios, pero ¿leerán poesía luego?, podemos regalarles los libros pero ¿los leerán?, y luego de ése, ¿seguirán leyendo? ¿Eventos multidisciplinarios? Los hay, muchos, demasiados diría yo, tristes, ridículos en muchos casos. ¿Leerá la gente cuando le quites la música, la voz, la imagen a la poesía? Entrevistas, videoblogs, columnas periodísticas, reseñas en medios de comunicación, transmisiones en vivo por medios virtuales, promociones como si de comida se tratara. Las editoriales, los escritores, los libreros y algunos entusiastas de la lectura lanzan flechas a mansalva y, a veces, cuando el azar y el esfuerzo coinciden, nace un lector.

Para mejorar la calidad de la poesía un estudiante de filosofía propone eliminar los premios literarios; mientras que para que la obra llegue a más lectores otro encuestado dice que la muerte es una alternativa que asegura una mejor distribución. Dos coinciden en que la poesía no es ni debería ser para las multitudes, que “el lugar de la poesía es y será siempre marginal. La poesía es anticapitalista, sería una contradicción esperar un best seller de este género”. Alguien más, poeta, dice que “la poesía llega de casualidad”.

Definitivamente no nos vamos con muchas respuestas luego de esta pequeña encuesta, al contrario. Me resta decir que a pesar de que los libros de poesía son para algunos cuantos, de que los poemas se mantendrán al margen en los mercados editoriales, la poesía sigue estando en todos lados y eso, para mí, es su verdadero logro, que se ha colado en todos los rincones sin que siquiera lo notemos, ya lo dijo el viejo Parra: “Todo es poesía, menos la poesía”.

Quien quiera leer que lea; quien no, que lea.

 

[1] Omito mencionar dos libros de mi autoría que tuvieron más de una mención, otra vez por el caso que ya reflexionamos anteriormente.

[2] Es interesante comentar que el libro que se menciona de Salgado es el único de su autoría que no ha merecido un premio literario.

[3] Único autor del que se nombran 3 libros.

[4] Se mencionaron también Valparaiso (3), Losada (1) y Porrúa (4).

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