Diógenes y la autodeterminación amasados para tamales
La leyenda Diógenes de Sinope. Dijo el divino Platón (según) que Diógenes fue un Sócrates que se volvió loco. Con todo, Alejandro el Grande nunca quiso ser Platón, Aristóteles o cualquier otro filósofo, excepto Diógenes de Sinope. Si Luciano Canfora nos advierte de la ilusión “historia de Grecia antigua”…, qué es lo que se dice que dijo e hizo el Perro según Diógenes Laercio: tal vez, sólo humo coloreado. Las escuelas de filosofía griega durante el período helenístico toman distancia del compromiso político, se asientan las monarquías y la principal tarea de cínicos, epicúreos y estoicos es lograr la autosuficiencia, la serenidad de ánimo, combatir las supersticiones; en pocas y otras palabras radicalizar el principio ético griego fundamental: el gobierno de sí. Desde que conocí y leí la historia de Diógenes el cínico (“cínicos” derivado del griego antiguo tendría como significado “como los perros”) siempre lo he comparado, bien o mal, con el no menor número de vagabundos que rondan por aquí y por allá. Entre idealización y verdadera ignorancia acerca de las condiciones de los indigentes en este país me pregunto cómo resisten el hambre, las enfermedades, el clima a la intemperie. ¿Sería algo similar la vida de Diógenes, muerto a los ochenta y tantos años?, claro que con sus diferencias y distancia enormes.
Hay dos palabras -αὐτάρκεια, autárkeia y αὐταρχία, autarjía– que nos dicen mucho del ideal del sabio en el siglo III a.C: una vendría a significar ser autónomo pero social, la otra ser independiente pero a la vez no ver en la ciudad una opción de sobrevivencia y darse sus propias leyes (un ciudadano ateniense podía ser autosuficiente pero debía obedecer las leyes de la ciudad); ésta segunda definición más cerca de la figura del sabio y más alejada del compromiso político y social que caracterizara a Atenas pocos siglos atrás. Con la época helenística en mente, un viaje a Purenchécuaro, Michoacán, me hizo pensar mucho en la manera en que las personas subsisten, individualmente y como comunidad. Al llegar de noche y ver la plaza por primera vez llena de perros imaginé al fondo un tonel y Diógenes de Sinope rondando por ahí, y a la vez pensaba en la vida económica de las personas del lugar: hasta cierto punto existía autodeterminación en su campo de trabajo en cuanto personas que viven en comunidad, subsistiendo de la pesca y venta de productos hechos a mano, pero no siendo, sin duda, la única fuente de ingresos económicos, habiendo comercio con el exterior y migración. Sin embargo, el lugar, afortunadamente, no se caracterizaba por sus tiendas de conveniencia.
En algunas comunidades del Estado de Michoacán el periodo de organización partidista está quedando atrás, Purenchécuaro no es el caso, pero comunidades vecinas y no tan vecinas poco a poco se caracterizan por un gran compromiso político . Entre otros conflictos, es el mal uso de presupuesto federal así como la incapacidad de solucionar las deficiencias de seguridad lo que ha llevado a estas comunidades a replantear sus actividades. Gracias a que oficialmente pueden regirse por usos y costumbres (la libre determinación para ciertos grupos está reconocida nacionalmente en el Artículo 2º. De la Constitución política de los EUM e internacionalmente en las resoluciones 1415 y 2625 de la Asamblea general de la ONU) entrando en diálogo con el gobierno federal, se inicia una forma de organización social sin partidos políticos pero dentro del estado, estado multinacional, comprometiendo a dichas comunidades a que a partir de una mezcla de liberalismo y comunitarismo comiencen un nuevo camino para la creación de formas económicas, educativas, etc., más enriquecedoras que las que existen en las ciudades que no son más que una copia barata de estados unidos.
Sin embargo, para no idealizar la identidad y el concepto de comunidad, y no perder perspectiva, recomiendo ir a las comunidades y la lectura de dos libros editados por el Colegio de Michoacán: la coordinación de artículos por Miguel Lisbona Guillén “La comunidad a debate. Reflexiones sobre el concepto de comunidad en el México contemporáneo” y “Volver a la comunidad. Derechos indígenas y procesos autonómicos en Michoacán”, de Ma. Del Carmen Ventura. Pues no se trata de regresar a una premodernidad idílica o de adoptar una modernización que termine por hacer a un lado usos y costumbres que benefician la estancia y el desplazamiento particulares del lugar. Tampoco se trata de adoptar una actitud optimista barata como la contemporánea o costosa como en “Cándido” (parece que de vivir en “el mejor de los mundos posibles” hoy en día se pasó a vivir en “la mejor de las organizaciones sociales posibles”), sino de cuestionar nuestras formas de organizarnos. Recomiendo también la lectura de Diógenes Laercio, Luciano Canfora, Platón, etc., ya que una característica de este nuevo mundo de la información desechable es constituir ideas y hábitos a partir del intercambio de información regurgitada; únicamente hace falta un artículo en redes sociales digitales para que surja una moda urbana. Y también lean a Kant junto a Juan Rulfo y Parménides García Saldaña. El punto es ir a leer las obras filosóficas y literarias para escapar de esa habladuría. Y habladuría se vuelve esto que escribo también si quien lo lee, no lee más que esto.